Nuestra generación ha tenido este verano no sé muy bien si un aviso, un privilegio o una advertencia total: conocer de primera mano cómo será el fin del mundo si no sabemos cambiar inmediata y radicalmente de rumbo. Con una ventaja añadida: todo el mundo lo ha visto y vivido en su plena crudeza, tanto las élites como la gente de a pie. La sociedad del impacto ha tenido que tragarlo: el efecto cotidiano y personal del calentamiento inaguantable con sus incendios masivos, el avance de la desertización, el deshielo catastrófico y su inicio de retroceso de costas, la pérdida de diversidad biológica, la multiplicación de tornados, inundaciones y granizos… Y todo salseado en una pandemia terrible, malestar civil generalizado cada vez más incontenible y migraciones desesperadas imposibles de canalizar. Se nos ha descorrido durante unos meses la cortina del futuro. Hemos visto un anticipo de cómo probablemente será no esa Tercera Guerra Mundial –la climática– de la que habla Joseph Stigliz sino la Última Guerra Mundial.
Cúmulo de advertencias Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
El verano del último aviso
Hemos sabido de primera mano cómo será el fin del mundo si no sabemos cambiar inmediata y radicalmente de rumbo
Un bombero lucha contra las llamas en Navalacruz (Ávila). /
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