Solo hay dos sistemas para protegerse del calor: evitarlo o aliviarlo. Para evitarlo, toca ponerse a la sombra. Esta puede ser natural o artificial, fija o móvil. El árbol ha sido secularmente el gran protector solar perenne. Bajo su copa frondosa encontramos el paraíso, al calentarse sus hojas, impulsan el aire, que asciende atrayendo el aire inferior más fresco. Lugar idóneo para la lectura o una rica siesta. Aun y así, el ingenio humano ha sabido mejorar la naturaleza creando la pérgola. Una simbiosis entre arquitectura y verdura. Colocada estratégicamente, no muy alta, con una buganvilia o glicinia –mejor que parra o yedra– permite protegernos, y a la vez consigue que en invierno el benéfico sol pueda acariciarnos. La sombra de pérgola es mucho mejor que la de porche, donde el techo sólido encajona el aire y dificulta su circulación. También podemos llevarnos la sombra allá donde fuéramos. Bien sea con un palo y un tejido superior, o, más liviano, con un alero o visera encasquetado en nuestra cabeza en forma de sombrero. El nombre lo dice todo.
El desafío estival Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Antes de enchufar el aire acondicionado
Más allá de este sistema agresivo con el medio ambiente, existen numerosos artilugios y estrategias para protegerse del calor en verano
Una mujer se tapa la cara con un abanico para aliviar el calor en una calle de Pekín. /
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