No es el amor lo que alimenta la industria del romance, si no la incesante búsqueda, la trepidante caza de una quimera que se resiste a ser conquistada. Es la dramatización de la cruzada por el amor lo que nos arranca suspiros y nos distrae hasta el punto de olvidarnos del verdadero amor, aprendiendo a disfrazarlo de pequeños gestos que recogemos en la cosecha constante de la ficción. Nos imaginamos cómo será conseguir lo imposible, cómo nos sentiremos cuando seamos los protagonistas de esa historia inaudita que hemos interiorizado a golpe de películas, novelas, cuentos de hadas y publicidad, dejándonos inundar por la magia prefabricada del romanticismo hecho ficción. Desfloramos margaritas soñando cómo será vivir el delirio de estar enamorado y, espejismo a espejismo, nos empachamos con un vacío azucarado, tragando sin pausa, extasiados. Nos damos un atracón de esa nada azucarada y nos dejamos envolver por la sensación de éxito, pero con el tiempo nos damos cuenta de que seguimos con hambre. Es todo apariencia, la aventura gamificada de algo que nos han enseñado a querer hasta el punto de necesitarlo, y que han enterrado bajo toneladas de pantomimas y ficción para que jamás podamos encontrarlo.
'Realities' azucarados Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
La gran estafa del amor
Hemos vendido tanto y tan bien que hay una persona perfecta para nosotros que mágicamente hará que todo sea fácil y bonito que, si no la encontramos, jamás seremos felices
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