Los Juegos Olímpicos, más que una competición deportiva, son una auténtica máquina de fabricar mitología. Desde los orígenes, mezclando el esfuerzo heroico, la superación personal, la trayectoria trágica, la culminación de una carrera de obstáculos. De hecho, tengo la teoría de que los Juegos se organizan con el afán de alimentar esta literatura. Hay un margen suficiente (cada cuatro años, ¡excepto si hay pandemias o guerras de por medio, claro!) para que se vayan modelando las historias, para que vayan madurando, y, al mismo tiempo, la cita funciona como recurrencia temporal, que permite establecer categorías, definir personajes, episodios y capítulos. Una cita que nos alimenta periódicamente. Es como si todo el mundo se confabulara (cada uno de los deportistas por su cuenta, sin conocer los detalles de los otros) para construir un relato que contemplamos como una novela unitaria, hecha de alegrías y decepciones, de tristezas insondables y de resurrecciones. Los Juegos Olímpicos funcionan, pues, como hitos extremos de una narrativa que mantiene la tensión a base de epopeyas individuales. En cada nueva edición, los cuatro años de cada Olimpiada (¡si no hay guerras o pandemias, claro!) tienen la función de acumular experiencias que estallan tras las medallas.
Tokio 2020 Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
La mirada de Mutaz Barshim
Es posible perder sin estridencias, ganar sin aspavientos o no ganar, pero lo importante en los JJOO es la mitología
Barshim y Tamberi tras compartir el oro en altura. /
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