El Estado del bienestar Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos

No somos un país para jóvenes

El nuevo contrato social que necesitamos conviene que sitúe claramente la prioridad en los jóvenes y los niños

Unos niños juegan junto a una finca del barrio del Raval, en Barcelona. / MANU MITRU

Rehacer el contrato social se ha convertido en un verdadero mantra en todas partes. Sin un sólido contrato social que articule la convivencia, basado en el reconocimiento de derechos y deberes de todos, bajo la lógica de la reciprocidad en las obligaciones de los unos hacia los otros y que ofrezca prosperidad y progreso compartidos, las democracias lentamente se erosionan. Hay un amplio consenso en torno a este planteamiento. Y es que los riesgos políticos son muy obvios. Los autoritarismos, de izquierdas y derechas, más o menos sutiles o descarnados, con características nacionales singulares, en la medida en que a pesar de la globalización, la política sigue siendo un fenómeno extremadamente local, están al acecho. Obviamente, el desencadenante de esta demanda de rehacer el contrato social está íntimamente ligado a las enormes consecuencias sociales y políticas de la Gran Recesión que se inició con la caída de Lehman Brothers en 2008. Aquella crisis, que nos recordó el ‘crack’ de 1929, comportó un significativo incremento de las desigualdades sociales y el debilitamiento de las clases medias, con la correspondiente radicalización y polarización políticas. Singularmente sucedió en Europa, en el contexto de los países avanzados, donde la respuesta macroeconómica a la crisis puso el acento en la austeridad como estrategia de salida a partir de 2010. Aquello fue especialmente dramático en las sociedades y economías del sur de Europa. Podemos dar fe. Todo ello evidenció el agotamiento del modelo de política basado en las liberalizaciones, desregulaciones y privatizaciones como dogmas, que despreciaba el papel de los Estados (“el Gobierno no es la solución a nuestro problema, el Gobierno es el problema"), que consideraba las desigualdades como inevitables y que defendía las virtudes de los impuestos bajos. El remate final a este planteamiento ha sido la pandemia que aún nos golpea. Davos, la OCDE, el FMI, los gestores de gigantes como BlackRock... todos insisten en la necesidad de recrear el contrato social. Estamos en un momento que, en muchos sentidos, nos puede recordar a 1945, cuando las ideas, y el pacto político de socialdemócratas, democristianos y liberales, desplegaron en la Europa democrática el Estado del bienestar y la economía social de mercado que permitieron, en terminología francesa, "30 años gloriosos" de crecimiento económico, reducción de las desigualdades y alta movilidad social.