Ante la dificultad para resolver los grandes problemas del país, que son los socioeconómicos en su sentido más amplio, la política española se enfrasca en guerras culturales. Dos ejemplos recientes. La ley trans, sobre la que escribí hace unas semanas y que me parece un dislate. Coincido con las feministas cuando denuncian que borrar el sexo biológico pone en peligro la base jurídica de las leyes de igualdad, y que la ideología transgénero puede acabar acelerando procedimientos irreversibles como la cirugía o la hormonación en adolescentes sin que reciban atención psicológica o médica. Ya había una ley de 2007 para la transexualidad, que podía mejorarse sin necesidad de este salto en el vacío hacia el transgenerismo. Que haya un clamor tan transversal a favor de la nueva ley en la encuesta de EL PERIÓDICO solo demuestra que muy poca gente sabe de qué va realmente, pues confunde lo trans con el reconocimiento de los derechos LGTBI. Visto así celebremos por lo menos que incluso los votantes de Vox la apoyen abrumadoramente (68%).
La guerra cultural
Malas segundas partes
La nueva ley de memoria histórica es redundante, innecesaria en muchos aspectos, y alimenta la guerra cultural en un tema cansino
El Valle de los Caídos, en el término de la localidad madrileña de San Lorenzo de El Escorial. /
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