Mientras escribo arde, a unos cuatro kilómetros de la casa donde paso este verano, la zona de Llançà del parque natural del Cap de Creus. Suena constante la tormenta de hidroaviones, ida y vuelta hasta las llamas, y van desalojando casas a medida que el incendio repta como un cocodrilo entusiasmado. Aquí el viento y el verano suelen provocar gatuperios. La tramontana es un viento pirómano: nadie que haya vivido suficiente tiempo en los contornos del Empordà puede decir que no ha visto jamás incendios forestales.Anoche la incandescencia se detectaba como una aurora austral desde las terrazas de Port de la Selva. Los bares con vistas eran los más aclamados por la población turista y autóctona, que encontraba por un módico precio una mesa, unas sillas, unas copas y el paisaje apocalíptico de las montañas devoradas por el fuego. Personas evacuadas antes de dormir y personas evacuando tras unas cervezas. Algunos días las palabras son laberintos que no llevan a ninguna parte. Un gerundio puede cambiarlo todo. Pasa con “ardiendo”.
Opinión
Vamos a ver el fuego
La relación de los niños con el fuego es más pura que la que tienen hoy con las pantallas, y algo menos peligrosa para ellos
LLANÇÀ
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