Me imagino la conversación con mi padre si me pillan haciendo algo prohibido en un viaje de estudios, y me contagio del virus que ha matado a 80.000 personas contra el que llevamos año y medio peleando, y me tienen que poner en cuarentena, y aparezco en las noticias como ejemplo de cabeza de chorlito insolidaria. «Haz lo que te manden. Ya hablaremos». Se puede decir mucho con pocas palabras. Lo primero, aquí quien decide no eres tú. Lo segundo, a la justicia pública seguirá la de nuestra familia, basada en la ley inmutable de «chorradas, las justas». Al colgarme el teléfono, por supuesto sin ofrecerse a mandar dinero, me habría dejado deseando que esa cuarentena durase tres o cuatro meses, hasta que se esfumara su cabreo. Un bochorno, un ridículo: una hija maleducada. Ser una petarda a sus ojos me habría supuesto un atormentado exilio interior.
El desliz
Claro que volverás a Mallorca
No sé qué es más malo de aguantar, si el destrozo de nuestros datos sanitarios por los cuatro duros que deja el turismo de viajes de estudios o la sobreactuación de los padres que enviaron a sus hijos de botellón a la isla
Dos de los jóvenes que permanecen aislados en el Hotel Bellver de Mallorca, en las terrazas de sus habitaciones. /
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