Arqueología

La peregrina Lucy en Altamira

Marcelino Sanz de Sautuola descubrió las pinturas rupestres que revolucionaron la prehistoria, pero el reconocimiento llegó tarde

Las características pinturas rupestres de la cueva de Altamira, durante una visita del presidente Sánchez en 2019. / EFE / PEDRO PUENTE

Pepa era la perra labradora que, hasta el año pasado, formó parte de la familia. Ahora bien, siendo todavía un cachorro, el bautizo humano pronto derivó en Pepita. Mientras, otro zagal del clan, al balbucear su primera palabra –cosas del lenguaje–, recortó el apelativo e inventó Pita. Así llamaba al can, y a todo ser cuadrúpedo con pelo. Pronto lo descubrí en el Museu de Ciències Naturals de Barcelona. Llevaba a Joan en brazos cuando señaló la vitrina de mamíferos taxidermizados y chilló: ¡Pitaaaaa! Elemental. Pepita exhibía pelaje blanco y rostro de úrsido: para mi pequeño primate, el oso polar equivalía a una Pita gigante. Por lo tanto, no me extrañó que repitiese “pita, pita, pita” al ver los bisontes de la llamada Capilla Sixtina de la Prehistoria. No fue en la caverna original sino dentro de la fiel réplica que exhibe el Museo de Altamira.

Temas

Arqueología