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Las gafas doradas de Bob Pop

Su visión del mundo no es fatalista, pero sí cruda; no es herméticamente eufórica, sino cómicamente tierna y rica sin ostentación y rematadamente sabia

Bob Pop

Uno. Parece evidente, como escribió L. P. Hartley, que “el pasado es un país extranjero: allí las cosas se hacen de otra manera”. La cuestión es cómo volvemos a ese país, a la provincia de la infancia. Hay quien piensa que el pasado, qué verdes sus valles y qué estéril su nostalgia, es una utopía folclórica, de cuyas fuentes públicas mana tinto de verano con Casera, ajeno a la injusticia y libre de humillación, la luz expropiada a las eléctricas y los niños leyendo a los clásicos antes de aprender a decir patata. Una mirada nacionalista y turística. Otros, como Bob Pop, saben que, pese a sus cosas buenas, puede ser un régimen autoritario mangoneado por un dictador sin cara, de PIB raquítico y complejo de imperio, violento e intolerable, insensible a la diferencia e indiferente a la sensibilidad, un soportal a oscuras donde incluso leer (para tolerar tu propia vida e imaginar otras posibles) es algo casi clandestino, un gesto de disidencia. Una mirada literaria y llena de vida.

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