Las noticias que llegaron desde las provincias de Tenerife y Sevilla, relativas ambas al crimen machista, a la violencia de género, pintaron de negro la semana (negro: ausencia total de luz). Y lo hicieron no de un brochazo, sino de un zarpazo. Duro zarpazo. Admito que al conocer los dos casos no pude evitar esa dura sacudida, ese golpe incontrolable que sube del pecho a la garganta hasta llegar a los ojos "sin que el llanto acuda a nublar la pupila" (así de bien, mejor que yo, lo escribe Bécquer, el poeta). Con la sacudida me llegó la indignación mil veces repetida, el sentimiento de culpa, de no estar haciendo lo suficiente todavía, la responsabilidad compartida, el "¿¡hasta cuándo!?" hecho grito, la impotencia. Enseguida también, por deformación profesional, el viaje a mi refugio: estos sucesos de violencia incomprensible me remiten de continuo a los clásicos griegos. Y a Shakespeare. A Medea, acabando con sus hijos por vengarse de su pareja. O a Tito Andrónico, capaz de cocinar (en el literal sentido de la palabra) su venganza a fuego lento.
Violencia machista
Amar seres humanos
El país entero intenta, desconcertado, encontrar razones de lo sucedido indagando en los pliegos de la ley tanto como por entre los pliegues del cerebro
Homenaje con flores a las niñas asesinadas en Tenerife. /
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