El desenlace que todo el mundo temía del caso de las niñas de Tenerife se ha concretado, por ahora, en el dramático hallazgo del cadáver de una de las dos hijas de Tomás Gimeno, el padre sobre el cual recaían todas las sospechas. La tragedia ha puesto sobre la mesa una faceta de la violencia machista, la violencia vicaria, que consiste en agredir incluso llegando a las últimas consecuencias a los menores a cargo del progenitor para infligir mayor dolor a la mujer, a través de sus hijos. En este caso, como en tantos otros, con unas consecuencias irreparables. Según el Observatorio del Consejo General del Poder Judicial, desde 2013 han fallecido por esta causa 42 menores, un 66% de los cuales fueron las únicas víctimas de la agresión. La violencia vicaria presenta esta triste manifestación extrema, pero la realidad cotidiana es también persistente. Se trata de achacar a la madre síndromes inexistentes como el de alienación parental y de hurgar en la idea preestablecida y patriarcal de mala madre para ir alejando a los hijos de ella, siempre con la pretensión de herir a la víctima.
Editorial
Violencia desconfinada
Quizá tragedias como la de Tenerife, como en casos anteriores, acaben por subrayar la existencia de infiernos vividos en silencio y mover a actuar
Tomás Gimeno y sus hijas, Anna y Olivia.
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