Con frecuencia se oye hablar del retorno a la “ansiada normalidad” a medida que la vacunación progresa y va poniendo fin a las restricciones que tanto afectan a nuestras vidas y a nuestra economía. Cuando eso ocurra será muy positivo, pero nos equivocaremos si por normalidad entendemos una vuelta a la vida anterior al estallido de la pandemia, porque ahora somos conscientes de que el ajetreo diario y el consumo desenfrenado que llevábamos no son buenos ni para nuestra salud ni para la del planeta. La pandemia ha introducido algunos cambios que han llegado para quedarse (normas de higiene, teletrabajo, etcétera), ha hecho descender la natalidad en todo el mundo y ha aumentado la pobreza y las desigualdades entre países y también dentro de cada país. Quizás el ejemplo más inmediato nos lo dé la actual distribución de vacunas: hoy está ya vacunado el 47% de norteamericanos, el 30% de europeos... y únicamente el 1,3% de los africanos. Diez países acaparan el 75% de las vacunas disponibles en una estrategia muy miope, pues nadie estará seguro mientras los demás no lo estén y permitan que los virus sigan mutando.
El poscovid
Una normalidad diferente
Si la vacuna se convierte en un rito anual asistiremos a un trapicheo en el que los países productores las intercambiarán por 'favores' como votos en los organismos internacionales u otras concesiones
Imagen de una calle brasileña en tiempos de pandemia. /
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