Comportamiento electoral

El votante tiene una amante

Dos de cada tres españoles han cometido ya adulterio político, han traicionado al partido al que juraron el sufragio eterno

Una persona deposita el voto en la urna. / ACN / Mar Rovira

La democracia también es el régimen del partido único, el único partido que apoya el votante en cuestión a perpetuidad. La fidelidad a las siglas aportaba un pedigrí de integridad, frente a la caprichosa emisión de un voto diferente a cada convocatoria. Esta perseverancia se ha derrumbado, según queda demostrado en un país donde todas las elecciones se celebran en Madrid, también las catalanas y hasta las madrileñas. Por mucho que incomode a los independentistas, Ayuso demuestra que las innovaciones de Catalunya acaban por transmitirse al resto del país. Al margen de resultados, las convocatorias recientes demuestran que los votantes no solo tienen un partido, sino también una amante.

No se necesita descuartizar el escrutinio, para aprender que reductos obreros apoyaron a Ayuso, o que el independentismo catalán arraigó en feudos castellanoparlantes. Los partidos ya no pueden fiarse de sus votantes, ese pelotón de infieles que además son mucho menos exigentes con sus amantes ocasionales que con sus siglas tradicionales. Porque lo admirable y menos analizado no es que un pobre de pura cepa vote a la derecha, sino que deje de votar a la izquierda en sus casi infinitas manifestaciones. Las traiciones son más atractivas porque no necesitan una justificación, obedecen a la pasión del momento.

Dos de cada tres españoles han cometido ya adulterio político, han traicionado al partido al que juraron el sufragio eterno. Los menos han oficializado esta deserción, y comparecen en público con su amante, a veces de ultraderecha moderada. Sin embargo, las discrepancias entre las encuestas y las urnas demuestran que buena parte de los adultos ofician su pasión pecaminosa en secreto. La polarización real no confronta ideologías, sino a los partidarios del voto único contra los migrantes

Las formaciones tradicionales andan muy erradas, si piensan que los votantes pródigos volverán sumisos al redil. Como bien escribió Lichtenberg, “hay una gran diferencia entre seguir creyendo algo y volver a creerlo”.