Que un ayuntamiento o cualquier otra institución política te otorgue una medalla siempre tiene algo de marrón. Son actos rígidos a los que el homenajeado ha de prestarse formal, pronunciar agradecimientos a figuras con las que no tiene por qué simpatizar y responder con vaguedades a los medios. Soportar el aplauso blando es a veces tan enojoso como aguantar el insulto airado: crece la vergüenza y la inseguridad, porque el autor puede llegar a ser el más fiero crítico de sus propias obras. Dado que esa clase de elogios siempre tienen algo de posado, posando es preciso recibirlos. Sonrisas y palmadas en la espalda, sospechas de que nadie te ha leído en la sala y la esperanza de que todo pase rápido. Lo último que necesita un autor sometido al homenaje político es una trifulca. Pero, a veces, esta puede convertirse en la medalla más resplandeciente.
La tribuna
Revisionando a Andrés Trapiello
La medalla de Madrid que ha recibido el escritor sabe a poco, tras haberle ofrecido él a la ciudad algo mucho más valioso: una obra literaria
El escritor leonés Andrés Trapiello.
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