No sé hasta qué punto los líderes políticos eran conscientes de que estaban transmitiendo una imagen determinada con sus rasgos faciales, su manera de peinarse, de esculpir los filamentos de materia córnea, de tratar con sentido la pilosidad. Quiero decir si había alguien, detrás, que les aconsejaba sobre barbas, bigotes y flequillos. El amable bigote de De Gaulle, el bigote desdibujado del Che, el mostacho carnoso de Stalin, la perilla como una cuchilla de Lenin, la catedralicia barba de Marx, la permanente con laca de Thatcher, el flequillo y el bigotito ridículo de Hitler. No hablo de calvicies, como la de Gandhi, por ejemplo, porque eso no se elige, pero sí de todo lo que puedes decidir con tu imagen para que se convierta en un busto histórico.
Pros y contras
De coletas y cambios
Pablo Iglesias, antes y después.
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