El reportaje que publica EL PERIÓDICO sobre el drama de las personas mayores que viven solas es espeluznante. Decir drama no es un tópico. Es un drama, se mire como se mire. Ancianos que viven solos y que mueren solos o que deciden que entre ambos verbos (vivir y morir) hay una frontera tan frágil, una línea tan poco dibujada, que no cuesta nada afrontar vida y muerte como una sola cosa. Tenemos ejemplos cercanos, películas que ahora recuerdo, como aquel 'Amour' desesperado de Trintignan, enfrentado a la disolución, a la desaparición, o como la del propio actor anciano, 'Happy End', que quiere irse de una vez, ambas de Haneke, crudas, sin paisajes amables, sin salidas. O como la que ha ganado el Oscar, 'Nomadland', que, ante la ancianidad y la soledad, propone un viaje más o menos compartido (soledades en común), una mezcla de un documental del National Geographic con una colección de manuales de autoayuda.
Pros y contras
La verdad de ser viejo
Hacerse mayor sólo se puede soportar con desesperación (es decir, no se puede soportar) o con altas dosis de un optimismo ciego
Vacunación de mayores de 80 años en el Casal Quatre Cantons de Barcelona. /
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