No puede decirse que Estados Unidos se haya apresurado a reconocer el genocidio armenio, más de un millón y medio de personas ejecutadas y deportadas en un "atroz exterminio", como dijo el Papa Francisco. Tampoco corrió el Vaticano, por cierto, que pronunció la maldita palabra ("genocidio") cuando se cumplían 100 años de la matanza otomana. También tardaron el Parlamento Europeo (1987) y Francia (2001) y, de hecho, aquella primera tragedia colectiva del siglo XX pareció que no había existido, como defiende el presidente Erdogan, que se limita a constatar que aquellas horas dramáticas se redujeron a un educado traslado de la población. El genocidio armenio era solo un clamor en el desierto de los desheredados, de los que, exiliados por todo el mundo, evocaban aquellos hechos con fotografías del álbum familiar de las que habían borrado los rostros de los desaparecidos, perdidos en la nada de la ignominia, "un pueblo muerto sin sepultura", como dijo el armenio Aznavour.
Pros y contras
Los genocidios y las obviedades
Estados Unidos, el Vaticano, el Parlamento Europeo y Francia han tardado en reconocer la matanza otomana de armenios
Un grupo de personas participan hoy sábado en la ceremonia que conmemora el 106 aniversario genocidio de armenios en el Memorial de Tsitsernakaberd en Yerevan, la capital de Armenia. /
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