Viernes, 19 de marzo. En los últimos días, dos amigas me cuentan —por móvil, cada una por su lado, sin contacto físico alguno, sin miradas cómplices— de sus padecimientos con familiares muy ancianos, la madre y una tía viuda, dos señoras que ya han rebasado los 90. En el primer caso, la madre, persuadida de que el mundo conspira para envenenarla, no se fía ni de la cuidadora, por lo que la hija va loca por cocinarle en casa para que la mujer ingiera algo de alimento. En el segundo, la tía jura que su marido no está muerto: habla con él y con otros difuntos por teléfono; es más, está convencida de que el esposo la acompañó el martes en taxi a un entierro. En tiempos de covid, la vejez extrema aún más su crudeza histriónica.
Dietario de la espera
Camisones en el tendedero
Sobre la vejez en pandemia, la caída de la URSS y otras pérdidas
Una anciana, de 90 años, recibe su primera dosis de la vacuna Pfizer-BioNTech. /
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