Los diminutivos son muy poderosos. Pueden empequeñecer y hacer irrelevante un objeto. También son expresivos, tiernos, cariñosos. Lo que no son es inocentes. Nada en la lengua y cómo la usamos es inocente. Recuerdo que hace años, durante un congreso de hispanistas en Roma, el profesor Manuel Carrera, de la Universidad de Sevilla, nos habló sobre las diferencias de uso del diminutivo en español y en italiano. Nos contó que en una ciudad de Italia vio un taller de reparación de carrocerías de coches que se llamaba Il martelletto d’oro y que se dijo que en España un nombre así, el martillito de oro, sería imposible para ese tipo de negocio. Yo tampoco me imagino a un planchista en España poniéndole a su taller “el martillito de oro”, porque aquí a los planchistas (en su trabajo) no los imaginamos ni expresivos ni tiernos y cariñosos, pues lo justo para que la carrocería quede bien pulida.
Sufijos nada inocentes
Cositas
El uso del diminutivo habla de miedo de una persona a fracasar, a ser juzgada, y de la tendencia adquirida de las mujeres a hacerse pequeñas
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