¿Qué hacer con la extrema derecha? ¿Ignorar que existe? ¿Levantarse de la silla e irse de la sala para dar testimonio que no queremos oír los argumentos vomitivos? ¿Evitar el vómito, pues, y dejar que puedan ejercer sus mentiras con impunidad? ¿Hacer frente a su discurso desde la dignidad política que significa enseñar el cartel de Pere Català, el de la alpargata que pisa una cruz gamada que ya está agrietada por la huella del humilde calzado? ¿Rebatir civilizadamente, desde la sede parlamentaria, las proclamas reaccionarias y otorgarles así una sobreexposición buscada con ansia? Es difícil dilucidar la mejor estrategia, aunque el objetivo sí está claro. Consiste en evitar que la presencia del fascismo ensucie a la sociedad sin caer en la trampa de cederles un victimismo que les pueda servir de bandera. Ignacio Garriga no sabía de dónde salía y cómo se creó el cartel de Pere Català. Nosotros, sí. Lo dijo Laura Borràs: "Es una simbología de la confrontación del humanismo contra el fascismo". Lo había explicado hace unos años su hijo, el magnífico fotógrafo Francesc Català-Roca: "Mi padre lo concibió sin letras, sólo con una imagen. Y lo dice todo".
Pros y contras
Lo dice todo
El objetivo sí está claro. Consiste en evitar que la presencia del fascismo ensucie a la sociedad sin caer en la trampa de cederles un victimismo que les pueda servir de bandera
Garriga (Vox) vota en Barcelona entre protestas de activistas de Femen /
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