Margarida Puig tenía 25 años cuando conoció a quien sería su marido, Jordi Gurguí. Fue cosa de unas tías, convencidas de que a la sobrina se le estaba pasando la edad de casarse y no parecía muy preocupada por ello. Era cierto: Margarida no tenía prisa, era profesora de piano y una habitual de los conciertos dominicales del Palau de la Música, una chica instruida a quien le gustaba el cine, el teatro y la lectura. El candidato era un joven con estudios y trabajo —le iba muy bien en el negocio de la ferretería—, que sufría un mal similar al de ella. Era muy simpático, tenía muchas amigas, pero no lograba entablar relaciones serias con ninguna. Las tías organizaron una cita a la que Margarida acudió a regañadientes. Pero, oh sorpresa, resultó que el muchacho le interesó. Era «buen conversador, decidido, risueño, muy persuasivo», según sus palabras. Él le propuso que fueran novios. Ella aceptó.
HOMENAJE
La suegra de Margarida Puig
Me conmueve su testimonio, escrito con tanto respeto y cuidado hacia la figura de Mercè Rodoreda
La novelista Mercè Rodoreda.
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