Esta es la primera Semana Santa de mi vida que paso lejos de mi casa natal, de mi madre y demás familiares y amigos de la infancia y juventud que viven en mi parroquia de Matamá, en Vigo. Recogidos mi mujer y yo en nuestra casa de Barcelona, con la visita esporádica de nuestros nietos, noto que este tiempo de Pascua me hace más sensible a los efectos humanos de la pandemia. También más proclive a pensar en las consecuencias a largo plazo de una experiencia vital traumática. Quizá por esto, en estos días que ponen fin a la penitencia de la Cuaresma, pienso en cómo será la resurrección pandémica.