La gestión de la pandemia

¿Será capaz de contarlo así?

Sobrepasa los 70, bordea los 80, lleva semanas esperando la vacuna y se siente sola e injustamente olvidada

Un hombre mayor recibe la vacuna en el CAP Casernes, en Barcelona. / Ferran Nadeu

La mujer sobrepasa los 70 y bordea serenamente los 80. Es menuda. Pelo corto, de un blanco rabioso. Gafas estrechas. Montura azul celeste. Habla por los codos. Pero en el desayuno donde coincidimos a diario se comporta, esta mañana, de un modo no habitual. Hay más silencios que nunca. Me dice que está a punto de tirar la toalla. Pausa. Que ya no entiende nada. Pausa. Que lleva un año cumpliendo a rajatabla todos los protocolos. Pausa. Que estuvo muchos meses saliendo de casa solo para tirar la basura en el contenedor de la esquina y hacer la mínima compra en el supermercado de enfrente. Que renunció a los paseos, a las meriendas literarias, a las dos tardes de cine por semana. Que lleva meses sin ver a su familia. Ni siquiera en navidades. Aquí la pausa es más larga que nunca. Toma aire, yergue el esqueleto, mira a lo alto, suspira y sigue. Que con el ánimo pequeñito, como le corresponde a su físico, vivió el miedo al contagio y la pena por los muertos. Que celebró, alborozada, la llegada de la vacuna. Que llegó a subirse a lo alto de la cama para bailar, sola; gritar, sola; volverse loca, sola, de alegría. Y que ahora –apura el café, aparta la taza, dobla la servilleta, baja la mirada– se siente más sola que nunca. Injustamente olvidada.