Tengo 54 años y me ofrezco voluntario para que me vacunen con AstraZeneca hoy mismo. Confieso mi enorme enfado ante la pusilanimidad de los gobiernos europeos que han decidido, vencidos por una ola de pánico, suspender la vacunación con los viales de la farmacéutica suecobritánica por unos pocos casos sospechosos de trombosis frente a 17 millones de dosis inoculadas. Sin ninguna evidencia de causalidad, Dinamarca tomó la decisión el 11 de marzo y en pocos días arrastró a una quincena de países. Hasta hoy ni la OMS ni la Agencia Europea del Medicamento (EMA), que es el organismo que autoriza las vacunas, han desaconsejado su uso. Todo lo contrario, la EMA ha ratificado que no hay ninguna prueba de que la de AstraZeneca haya causado los trombos, que en los ensayos clínicos no aparecieron como posibles efectos secundarios y que los beneficios de vacunar superan con creces a los riesgos. No debemos aplaudir la reacción de vigilancia garantista de los gobiernos europeos porque no es más que el reflejo de su falta de coraje y de nuestra decadencia en el mundo.
Vacuna frenada
La Europa del pánico
No debemos aplaudir la reacción de vigilancia garantista de los gobiernos europeos con AstraZeneca porque no es más que el reflejo de su falta de coraje
La paralización de AstraZeneca desbarata el plan de vacunación canario
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