Dietario de la espera

Mi casa es mi castillo

Sobre la reclusión doméstica, el acceso a la vivienda de los jóvenes y los «no-lugares»

’Todo mal’, la queja de tres jóvenes desde su balcón del Eixample, en Barcelona, durante la pandemia. / JORDI COTRINA

Sábado, 6 de febrero. Mediodía. Cuando salgo del súper cargada de bolsas, en la acera de enfrente se ha formado un corrillo de transeúntes que miran hacia arriba, hacia los pisos superiores del edificio: un perro se ha caído por el balcón. ¿O se ha tirado al vacío? A la espera de que llegue la Guardia Urbana para el atestado (o lo que sea), el pobre chucho yace en el suelo; no se mueve ni parece respirar. Tampoco hay rastro de sangre. ¿Estaría enfermo de tanta reclusión? ¿Se suicidan los perros? Ya de noche, engancho en la tele la película 'Anna Karenina', con la bellísima Keira Knightley de protagonista. Muy bien resuelto el final: en lugar de mostrar la muerte de Anna —otro suicidio— mediante un planteamiento realista, el director la ha situado en la tramoya de un teatro, con actores inmóviles como maniquís, entremezclados con imágenes oníricas, de trenes, raíles y miradas de hielo. Es el juicio de los demás lo que mata a la heroína de Tolstói.