Editorial

Un ruido insostenible

Retenciones en la Ronda de Dalt en ambos sentidos el pasado 3 de diciembre. / FERRAN NADEU

El 57 % de los barceloneses están sometidos a unos niveles de ruido superiores a los recomendados, según un estudio de la Agencia de Salud Pública de Barcelona. Unas 130 personas mueren por problemas vasculares derivados de esta sobrexposición. La contaminación acústica es algo más que una molestia. Es, también, un problema de salud pública y las autoridades deben tratarlo como tal, combinando una normativa exigente con el seguimiento de su cumplimiento y fomentando también el cambio de hábitos de los ciudadanos. La principal fuente de este ruido excesivo es el tráfico, seguido a mucha distancia del ocio nocturno cuando se podía practicar. Erradicar este problema no será ni rápido ni fácil ni barato.

El Ayuntamiento se propone cambiar el asfalto de las calles más transitadas e instalar paneles para mitigar el ruido de los coches en determinadas vías. Son medidas bienintencionadas pero claramente insuficientes. La contaminación acústica avanza en paralelo a la contaminación atmosférica. Un problema multiplica al otro y la solución del segundo mitiga exponencialmente el primero. Hay que erradicar, con sentido común, el vehículo con carburantes de la ciudad de Barcelona como nos indican los reiterados episodios de contaminación atmosférica y esta lacra de la contaminación acústica. Lo mínimo es sustituirlo por vehículos eléctricos, preferentemente de servicio público. Esas colas de coches con una sola persona a bordo que vemos cada día a la entrada de la ciudad son, simplemente, insostenibles. La medida más decisiva no puede ser otra que promover el transporte público que en estos tiempos de pandemia pasa además por una crisis de confianza de los usuarios. Esa debe ser la prioridad de los poderes públicos.

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Pero en este asunto hay también un espacio para el compromiso cívico. Los usuarios de coches y, sobretodo, de motos deben pasar revista a sus vehículos para controlar el sonido que emiten y adaptar también sus formas de conducción a velar por la reducción del ruido ambiental. Y este compromiso de los ciudadanos debe extenderse a los habituales del ocio nocturno cuando este se recupere. No solo por lo que se refiere a su comportamiento en la vía pública sino también a la exigencia de la insonorización de los locales y a su adaptación a niveles de sonido aceptables para el oído humano.

Las autoridades, los propietarios de locales y de vehículos así como el conjunto de la ciudadanía deben ser conscientes de que en el siglo XXI la salud no es solo la ausencia de enfermedad sino que es, principalmente, el bienestar físico y psíquico y la prevención de las patologías que pueden ser evitables cambiando nuestros hábitos de vida, los individuales y los colectivos. En pocos años, una sanidad pública basada en los tratamientos altamente tecnificados de enfermedades evitables no será sostenible. El camino es la prevención. Y esta surge de la suma de unas normativas exigentes, unas administraciones responsables y unos ciudadanos comprometidos. Poner todo el acento en una de estas tres patas es hacerse trampas al solitario. Es acabar con el ruido cambiando el asfalto en lugar de favorecer el transporte público o apostar por los vehículos eléctricos. Ese ruido imperceptible va minando nuestra salud sigilosamente como lo hacen las partículas contaminantes en suspensión. No podemos permitirnos más esta ceguera ni hacer oídos sordos. Cada viernes, cientos de escolares nos piden alejar los coches de sus escuelas, pero en realidad nos están exigiendo que los saquemos de su ciudad y de sus vidas.