Cuando éramos cachorros, al final del franquismo, teníamos dos opciones: o progres o proscritos. De la anomalía se derivan dos facturas que aún paga la sociedad catalana. Ser progre comportaba, de manera automática y sin ningún escrutinio ni comprobación, llevar la etiqueta, o sea la gran medalla de una integridad que habría hecho cambiar las ideas de Rousseau sobre el buen salvaje y le habrían convencido de la posibilidad y la necesidad de ser modélicamente civilizado. Los progres eran sensibles, justos, modélicos, más mejores por definición.
El caso del Institut del Teatre
Ni inmunes ni impunes
Con el descubrimiento de los abusos cometidos en el Institut del Teatre se acaba de hacer añicos aquel estúpido espejo con el que de manera tan complacida se contemplaba la progresía
Alumnos del Institut del Teatre, en la protesta contra los abusos, este lunes en la puerta del centro. /
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