En la muerte del poeta

Paisano, hermano, poeta Joan Margarit

Joan Margarit, en 2015. / Joan Cortadellas

Este hombre que acaba de morir en Barcelona, Joan Margarit, era uno de nuestros paisanos. Era uno de los grandes poetas de la posguerra, y aquí, en Tenerife y en Las Palmas, vivió en los tiempos en que la adolescencia lo estaba conduciendo a la patria de la vida, que es en definitiva la casa en la que se concentran los amores, los trabajos y las restantes ansiedades. Hace un año fue premio Cervantes, y aquí tendríamos que haberlo celebrado como tal. De hecho, cuando lo celebró él mismo contó sus tiempos entre nosotros (como lo había hecho en su poesía y en su prosa) como parte principal de su biografía; porque aquí halló paz y sosiego, aprendió a mirar los pájaros y las plantas, aprendió a cultivar lo sencillo, su territorio eran las azoteas, las casas, las calles vacías, el mar vaciándose en la noche oscura. Era un insular de todas las islas, un patriota del litoral y de los montes, alguien que tenía siempre en su inteligencia la memoria de los versos que aquí empezó a escribir. Su hija Mónica vino hace poco y tuvo tiempo para rebuscar en el callejero las huellas de su padre, y él expresaba con regocijo, como si estuviera aún aquí, que este era el territorio de su memoria. Tenía presentes los nombres de los sitios y de los sabores, que son en definitiva la esencia que mantiene en tierra la memoria, y nunca se olvidó de los nombres propios, del remoto pasado y del más reciente periodo de su vida, desde Domingo Pérez Minik o Emilio Lledó a Emilio Machado, arquitecto como él y amigo suyo hasta el final de los días. Y era tal el amor que se llevó de aquí que jamás, en ninguno de sus libros, dejó de mencionar aquel trayecto fundamental de sus sentimientos y de sus viajes.

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