Editorial

Recuperar la movilidad, pero no la polución

Las reticencias al uso del transporte público han de desaparecer y se deberán mantener las medidas para disuadir el de los vehículos privados contaminantes

Sombrero de contaminación sobre Barcelona, el 23 de octubre / Alejandro Garcia (EFE)

El descenso en el conjunto de 2020 de un 28%-30% de los niveles de polución en Barcelona y su área metropolitana fue una de las pocas consecuencias positivas de la pandemia. Aunque las cifras crecieron en el segundo trimestre, el confinamiento estricto de la primavera y la lenta y zigzagueante recuperación posterior provocaron una drástica caída del tráfico que se ha visto reflejada en unas cifras que se no daban desde que hace 20 años se publicó el primer informe de la plataforma Contaminación Barcelona. En una ciudad que figura, según los datos del instituto ISGlobal, entre las diez más contaminadas de Europa, si se mantuviera esta tendencia (claramente causada por una nada deseable reducción obligada de la movilidad y por el descenso de la actividad laboral, comercial y turística) y se redujera el tráfico en un 12% en relación a los tiempos precovid, los expertos calculan que se podrían evitar 1.400 muertes al año.

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El reto es mantener la disminución de contaminantes en el aire de la ciudad cuando se recupere el pulso, no que la parálisis de la movilidad sea crónica; pero ya incluso con una reactivación muy lejos de la normalidad, la polución está aumentando. Las reticencias al uso del transporte público han de desaparecer, este ha de volver a fidelizar a sus usuarios cuando la actividad repunte y se deberán mantener, cuanto menos, las medidas para disuadir el uso de los vehículos privados contaminantes en la movilidad individual y el creciente fenómeno del reparto a domicilio.