Las insistencia de Pablo Iglesias por agradar a los políticos independentistas, a quien nunca critica, mientras que siempre arremete contra la democracia española, es desconcertante. Lo ha hecho otra vez esta semana en un medio soberanista como el diario 'Ara', y recientemente en el programa 'Salvados' de La Sexta. Es una actitud llamativa por muchas razones. Son impropias de un vicepresidente del Gobierno, que sin abandonar su derecho a la crítica debería medir mejor sus palabras. También porque él sabe que España está considerada en los 'rankings' internacionales como una de las 20 mejores democracias del mundo, por encima de Francia o Italia. Imperfecta, sin duda, mejorable, también, pero nada le permite afirmar que “no vivimos en una situación de plena normalidad política”. Su insistencia en agasajar a personajes como Carles Puigdemont, a quien equiparó con los exiliados republicanos perseguidos por el franquismo, resulta tan infame como incomprensible porque con ello Iglesias no se hace ningún favor. No solo aparece como un gobernante desleal e inoportuno, poniéndose en estos momentos al lado de Rusia, sino como un idiota político, como un enemigo de sí mismo.
DECLARACIONES DESLEALES
Iglesias, enemigo de sí mismo
Se gusta mucho en el papel del político rebelde y transgresor pese a estar en el Gobierno
Pablo Iglesias en ’Las cosas claras’. /
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