La correa que enlazaba al animal con la mano de su dueño se alargaba un par de metros. No exagero. Y dado que el pasillo para transitar entre la nieve resultaba bastante estrecho, no facilitaba el paso de otros peatones. Paciencia… El amo era un varón -seguramente con ínfulas de barón- ya entrado en años, que vestía pelliza de marca y sombrero, a medio camino entre Indiana Jones y Humprey Bogart. Señorial sin abusar. Un transeúnte con clase. El perro, un lanudo tamaño reducido que olisqueaba esa cosa blanca seguramente nueva para él, también iba bien ataviado; en este caso con un amago de jersei para protegerse del frío. Puro diseño canino. Nada desentonaba en la estampa invernal captada tras la iglesia de Los Jerónimos, en una de las zonas más nobles de Madrid; el Prado, el Botánico, el Retiro, el Ritz aún en obras, Atocha a tiro de piedra y el Barrio de las Letras a dos pasos. Todo discurría en paz y armonía hasta que al chucho le dio un apretón; afortunadamente, su modesto tamaño no propició el desparrame propio de los grandes canes, pero sí una sucesión de bolitas que resultaba imposible ignorar. Por el color, la textura y probablemente el olor; aunque no puedo confirmar ese dato porque mantenía la distancia de seguridad.
EN UNA ZONA NOBLE DE MADRID
Mierda en la nieve
Una mirada de vez en cuando a nuestros propios comportamientos cívicos tampoco estaría de más
Vista del exterior del Congreso de los Diputados en Madrid tras el paso de la borrasca ’Filomena’ /
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