Recuerdo

La luz de Ana Portnoy

He aquí su estrategia natural para que uno se dejara observar a través de la cámara, sin artificios: nos trataba a todos con una proximidad que desarmaba

La fotógrafa Ana Portnoy. 

Hay un tipo de amistad que nace de forma espontánea, sin grandes afinidades ni presentaciones, y luego sigue viva durante años por la simple insistencia de la vida cotidiana. Es la amistad de barrio, la que se mantiene con la frecuencia del que pasea y coincide en la calle, comparte un café improvisado en la barra del bar, descubre que hay amigos comunes. Este es el tipo de relación que durante ocho años mantuve con Ana Portnoy, fotógrafa y vecina del barrio, hasta su muerte el pasado mes de mayo, cuando aún no era su hora, a los 69 años. Nos encontrábamos en la frutería, nos sentábamos en un banco del paseo del Born, charlábamos 15 minutos. Nos preguntábamos por los proyectos y por la salud, nos recomendábamos lecturas y nos despedíamos siempre con la seguridad de que pronto coincidiríamos de nuevo.

Me doy cuenta, sin embargo, de un detalle que daba peso a esta amistad, y es que al principio ella me había fotografiado. Me había mirado a fondo y me había capturado, como a tantísimos escritores. Sus ojos eran lo primero que uno veía, de un azul claro acogedor, y luego venía esa sonrisa luminosa y envolvente. He aquí su estrategia natural para que uno se dejara observar a través de la cámara, sin artificios: nos trataba a todos con una proximidad que desarmaba. Quizá por eso lo que resalta en sus fotos es el rostro con todos los matices, mientras el fondo suele quedar difuminado, pasajero, como de fantasía.

Como buena lectora de novela, Ana Portnoy era una fija del festival BCNegra y muchos de los escritores invitados habían pasado por su objetivo. Quien quiera descubrir esa seducción calmada que ejercía, ahora puede acercarse a la biblioteca Jaume Fuster y ver la exposición que le dedican —'Directe als ulls'— en la edición de este año del BCNegra. La visita se puede completar de manera virtual en su página web. Uno contempla aquella galería de retratos, esas mentes capaces de la imaginación más retorcida, y entiende que con mayor o menor resistencia todos terminaron rendidos a la mirada y la luz de Ana. Los veo y recuerdo sus palabras cuando nos despedíamos en la calle: “A ver si un día de estos te hago más fotos, que ya toca”.