Vuelta a las aulas

La burbuja pinchada de las escuelas

No es ninguna pasión por la pedagogía lo que lleva a abrir las escuelas sino la certeza de que si cierran la economía colapsaría

Vuelta al cole tras las vacaciones de Navidad en la escuela Mare de Déu del Roser de Barcelona. / JOAN CORTADELLAS

Si en esta pandemia los médicos han salvado a los enfermos, los maestros de escuela son los que han salvado a los sanos. La diferencia es que unos han recibido (merecidísimos) aplausos y los otros una vaga apatía de una sociedad que en general ha considerado su trabajo como una simple obligación. Los niños han vuelto ahora a las escuelas, sorprendentemente abiertas cuando todo cierra, por el inconfensable motivo de que sin colegios los padres no podrían ir al trabajo y la economía volvería a pararse, como ya sucedió en la primavera. No, no es ninguna súbita pasión por la pedagogía la que lleva a nuestros gobernantes a mantener los centros abiertos, con el aumento de movilidad y de riesgo que esto supone, sino la certeza de que sin estos maestros que se juegan el pellejo cada día el sistema entero, sencillamente, colapsaría. Unos maestros convertidos en enfermeros improvisados especialistas en frotis nasales, a los que en su día se les dijo que vendrían más ordenadores y que la mayoría todavía está esperando, y que en plena ola de frío tienen que dar clases en condiciones extremas, con las ventanas abiertas y ataviados como si fueran a esquiar, y que a pesar de todo han sido los más expuestos y se han convertido en la línea de vanguardia de la lucha civil contra el virus, que ha cribado los positivos antes que nadie.

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