Me fastidian esas listas que compendian en pocas líneas 52 semanas de novedades. Rodar una película, publicar una novela, grabar un disco, montar una función de teatro, coreografiar un espectáculo, inaugurar una exposición son esfuerzos monumentales en lo económico y en lo humano. Sin embargo, a final de año, cuando los críticos echan la vista atrás, solo una infinitésima parte de manifestaciones culturales se salva de la quema. Este año las consabidas listas de los mejores me resultan aún más crueles. Es como si en un aula solo contaran los que sacan sobresalientes. Se alegrarán los pocos elegidos y se lamentará el resto, la inmensa mayoría. Es así porque para la cultura ha sido un año devastador en el que numerosas obras salieron a la luz sin que nos enterásemos de su existencia. Y no hablo de productos de segunda o tercera categoría, sino de propuestas que en circunstancias normales hubieran gozado de repercusión, no digo de éxito, que eso nunca se sabe, sino al menos de la oportunidad de que espectadores, lectores, oyentes o aficionados nos enterásemos de que estaban ahí para nuestro disfrute.
Balance devastador en la cultura
Lo mejor del año
Vaya esta elegía por todo lo que podríamos haber visto y oído, bailado, reído y llorado y nos quedamos sin sentir en 2020
Una sala de cine vacía. /
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