Desembarca la vacuna y con ella el ejército de rabiosos habituales, dispuestos a convertir una gran noticia en una tragedia. Si alguien nos llega a decir, hace solo unas semanas, que hoy se estarían empezando a administrar las primeras vacunas nos habríamos tenido que pellizcar para asegurarnos que no estábamos soñando. Porque el día que certificamos que la humanidad entera ha sido capaz, en un tiempo récord, de inventar, desarrollar, aprobar y distribuir un remedio efectivo para la peor pandemia de la historia, el PP, Albert Rivera y el sector amargado del independentismo se ponen acuerdo y prefieren irritarse con las etiquetas gubernamentales que alegrarse por la epifanía histórica. De repente, lo relevante es el logo del continente y no la sustancia salvadora del contenido, algo que lleva a Pablo Casado, no se rían, a acusar al Gobierno de propagandista y a otros a reprochar, en el fango de las redes sociales, que la primera abuela vacunada aquí sea gallega.
Egoísmo miserable
La vacuna contra los rabiosos
No tener la capacidad de celebrar, ni que sea un maldito día, que podemos empezar a salir del túnel en el que entramos el pasado marzo, es un síntoma de una patología muy típicamente española y catalana
Josefa Pérez, de 89 años, la primera vacunada contra el covid-19 en Catalunya /
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