Según dispone la Constitución en el artículo 56.1, el Rey es el símbolo del Estado y sus discursos públicos deben ajustarse a su papel institucional. Por eso sus manifestaciones deben ser acordadas con el Gobierno de turno, para que no contenga ideas contrarias a la política del Ejecutivo. Al fin y al cabo, es el Gobierno el que, por la investidura parlamentaria de su presidente, tiene la legitimidad democrática para dirigir el país. Pero no sería correcto que un Gobierno quisiera instrumentalizar al Rey, obligándole a decir algo que el monarca rechazara. El Rey no puede convertirse en portavoz del Gobierno, porque eso podría dar a sus discursos un sesgo partidista incompatible con su función de jefe de Estado. De acuerdo con eso, los elogios y las críticas por lo que dijo Felipe VI la noche del 24 podrían repartirse entre el Gobierno y el monarca, porque se acordó entre la Zarzuela y la Moncloa. En ese reparto, la mayor parte debería corresponder al Rey, puesto que le corresponde a él proponer los contenidos de sus intervenciones públicas. En cuanto a sus silencios, que a veces pueden ser llamativos, igualmente debe asumir el Rey la mayoría de los reproches o de los aplausos que puedan suscitarse.
El discurso de Navidad
El mensaje del Rey y sus silencios
Felipe VI podría haber sido más claro y directo sobre el comportamiento de su padre, pero no ha esquivado el problema. En cambio, sí ha soslayado otros dos asuntos relevantes
El Rey Felipe VI en su mensaje de Navidad a los españoles /
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