Pros y contras

Invisible

La madre de uno de los estudiantes secuestrados hace unos días por Boko Haram. / AFP / KOLA SULAIMON

Se han llevado a tu hijo. Sí, se lo han llevado. Entraron por la noche, lo despertaron a punta de pistola y se lo han llevado. A él y a 300 más. Los mismos que secuestraron a las niñas. 250. Seis años después, más de 100 siguen apresadas. Convertidas en esclavas. Perdidas para siempre. Ahora es tu niño. Y solo puedes gritar de impotencia, llorar hasta quedarte seco para siempre y rezar. Rezar a ese mismo dios a quien esos hombres dedican su crimen. Rezar, ¿te queda algo más?

Sí, irte. Huir. Tú. O tu hijo mayor. O tu hermana pequeña. Huir y no volver. Reunir un valor infinito, dejar que la desesperación te guíe y enfrentarte a la muerte en cada recodo de esta huida atormentada. Tienes una oportunidad, una sola de conseguirlo. Felicidades. Ya estás aquí. Puedes ocupar un lugar en tu nave industrial preferida. ¡Nada de velas! Aquí tienes un carrito para la chatarra. Ánimo. Sobre todo, recuerda, que no te vea. Eres invisible. Y sé bueno. Nada de trapichear. Lo tuyo es dejarte explotar, y callar. Ni se te ocurra rezar. Que no te oiga rezar. Aún serás un terrorista. Un peligro, eso es lo que eres. A tu país te enviaba ya mismo. A robar a los tuyos.