Ha cerrado la sala de fiestas Tango, en la calle Diputació de Barcelona. No ha podido aguantar las restricciones y ha bajado la persiana definitivamente. He vivido al lado durante un tiempo y siempre me ha sorprendido ver la actividad y el ambiente que había en la sesión de tarde, cuando se convertía en una discoteca para gente mayor. A veces imaginaba que los que salían habían entrado jóvenes, y que habían pasado tantas horas dentro, que habían acabado envejeciendo. O que, en realidad, lo que estaba viendo era una discoteca para adolescentes a través de uno de esos filtros del móvil que te pone años encima. Me gustaba ver salir a los grupos de amigas, cogidas del brazo porque ya no aguantaban los tacones, cansadas de bailar, comentando atropelladamente y a gritos (todavía con la música resonando en los oídos) todo lo que había pasado dentro. Me gustaba ver a las parejas de nueva creación despidiéndose en el metro, con la amiga de ella esperando tres escalones más abajo. Otras tomaban algo en el bar del hotel que hay al lado mientras se empezaban a contar su vida.
Pandemia edatista
El último tango
A mucha gente mayor el covid-19 les ha obligado a ser como fueron sus abuelos
Leonard Beard
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