Convendría aceptar que la frase de marras de Leo Messi al librarse de la emboscada aduanera fue vapor atrapado que explotó por necesidad orgánica. Messi, que parece que confundió un control de aduana por uno de Hacienda (los demonios siempre aparecen), lleva una víctima dentro cuando husmea agentes con apariencia tributaria. Y le sale una irritación incontenible, que el miércoles mezcló con impulsos pedrestes vinculados al cansancio por el largo viaje, a la impaciencia ante la lenta burocracia y al nerviosismo por tener la familia aguardando fuera. Para echar lenguas de fuego.
Y ya se sabe que al rosarino se tiende a sobreinterpretarle, a escudriñarle cada subordinada, a afilar cualquier declaración aparentemente plana. Se habrá acostumbrado a vivir con ello. Sin embargo, resulta paradójico que la forma que encontró de descargar su mal humor por una espera excesiva fuera incordiando al Barça, que ni pasaba por ahí. Instintivamente, le salió así, y las interpretaciones de que quiso abrir más hueco con la institución abundaron.
Día de noticias
Habrá que habituarse. Y más a partir del 1 de enero, cuando puede negociar con el club que quiera. Preparémonos para contener la fuerza de los rumores. Ayer su voz de exasperación se juntó con la renovación por dos años de Pep Guardiola con el Manchester City y una información de The Sun sobre el nuevo e inminente abordaje que prepara la entidad mancunian. Es aquello de que tres noticias cogen más potencia juntas que por separado.
La cuarta está implícita. Desde el 1 hasta el 24 de enero, día de los comicios presidenciales, no habrá nadie en el club que pueda tratar de seducirle con un proyecto ambicioso. Quizá Messi opte por esperar al nuevo presidente antes de decidir sobre su continuidad. Quizá ya no hay nadie que le haga cambiar la opinión expresada en el burofax. Lo que es seguro es que durante 24 días habrá un vacío de poder ejecutivo por la tardía convocatoria. No habrá contrapesos. No habrá planes de futuro. 24 días de ruido. Es una mala noticia.