Hace tiempo que lo hago. Solo o, como esta vez, con mi hija, con la que estudiamos el mapa de Estados Unidos y acabamos sabiendo, como si fuéramos expertos, cuáles son los estados dudosos, allí donde se decide todo, y también bromeamos sobre los estados, como Colorado, que tienen unas fronteras tan dibujadas con una regla que deben ser la delicia de los niños de primaria: “Dibujad el estado de Colorado”, y pergeñan un rectángulo y ya lo tienen.

Muchas de las madrugadas electorales eran como ver un partido, también de madrugada, de la NBA. Quiero decir mucho colorido, mucho espectáculo, y muchos jugadores que ni sabías que existían antes de ver el partido, como los condados de Dunn, o como el barrio de Sausalito, que solo te sonaba de las novelas de detectives y maleantes. Y ahora estamos aquí, como dicen en la CNN, mordiéndonos las uñas ('nail-biter'), como en una prórroga del baloncesto, sin saber muy bien qué pensar. Eso sí: hemos pasado de la fiesta y los globos, de las elecciones como diversión exótica, a ‘La conjura contra América’ de Philip Roth, cuando el padre de la familia judía escucha en la radio, estupefacto y temeroso, el ascenso vertiginoso del fascismo.