"Bona nit, a l’Hotel Arts". El taxi entre cuatro salía barato. Bailábamos hasta el sol, un rato epifánicos y para casa. En taxi otra vez, porque conducir borracho ya quedaba feo, las piernas no daban para más y la bici estaba por inventar. Luego se llenó de turistas y dejamos de ir de noche, no encajábamos. Los locales de la playa se pusieron raros, con aquellas hordas de desconocidos colorados y ansiosos. Y aquellos precios. Paseábamos a veces por la mañana, sorteando rezagados, charcos de vómito, latas, colillas, pipís y 'papelas'. El embrutecimiento del paseo lo había convertido en un objeto molesto para los vecinos y extraño a la ciudad.
Análisis
Paseando olímpicamente
Es difícil aceptar estas privatizaciones exclusivas, excluyentes, súbitas y para siempre
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