En Barcelona hay muchas ramblas, la del Poblenou, la del Raval, la de Guipúscoa, la de Catalunya, la del Carmel... y ahora mismo en todas se sufre. Todas tienen bares y restaurantes cerrados y negocios con la persiana bajada, pero en ninguna, el coronavirus, ha provocado una devastación como en la Rambla. Las otras han conservado, al menos, el tránsito de los vecinos, pero en la Rambla el silencio es aterrador. Una mujer pasea un perro, un señor en chándal camina en dirección al mar, peatones con cuentagotas y los quiosqueros que miran el paisaje aburridos y con los brazos cruzados como si esperaran alguna cosa, quizás que vuelvan los turistas, que de momento no lo harán. La Rambla no sabe qué hacer sin ellos, porque el paseo ha ejercido más de monumento que de calle y ahora ha quedado como un escenario vacío en el que se le ven más las vergüenzas y los excesos que se han cometido.
Análisis
Miedo a reformar la Rambla
Los gobiernos municipales, de todos los colores, siempre han tenido miedo a cambiarle la cara al paseo
La Rambla, casi vacía, a mitad de esta semana. /
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