Día D: 14 de septiembre. A punto de reabrir las puertas del nuevo curso escolar. Mientras yo esperaba en la calle de los Àngels, en otros lugares del Raval las comitivas judiciales ya se preparaban para ejecutar nuevos desahucios. Constantes, estos últimos años. Al menos el covid-19 tenía una triste parte positiva: se habían parado. Mientras las leyes y los ejecutores no perdonan los débiles, de toda Barcelona ya habían llegado grupos de jóvenes y no tan jóvenes, organizados y por libre, dispuestos a bloquear las órdenes de la autoridad judicial. Plantaban cara, bloqueaban el paso. Quizás porque sentían en su piel el drama de no tener hogar, quizá porque son jóvenes y la sangre les hierve ante lo que consideran, tal vez legal, pero injusto. No estaban dispuestos a tolerar que fueran a la calle gente que hace tiempo que vive en el barrio o de grupos humanos que sobreviven. Es la fuerza del Raval. Así se creó el Casal: mezcla de gente del barrio con ciudadanía, uniendo las energías para no perder lo que sentían como propio. Y, finalmente, el Ayuntamiento mediando y aplazando temporalmente el drama.
Desde el Raval
Un deseo y una necesidad
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