“No escribas otra vez sobre la covid”, me suplica mi madre por teléfono. Ella, como yo, como creo que todos, siente el agotamiento de tanta desesperanza sin pausa. “Habla de la gata”, me sugiere, en nuestra videollamada matinal. Pienso que no, que no quiero escribir de gatos y menos aún hacerlo de mi gata, porque las mascotas son el fondo de armario del columnista de prensa diaria, pero entonces medito el otro tema que tenía en mente, el del cierre de los bares, y vuelve a entrarme la tristeza. Le acerco la pantalla del móvil a mi gata, la gata Christie -perdón, lo siento, no volverá a suceder- para que mi madre le hable a través del éter. Así de sometidas a ella estamos. La enorme bola de pelo gris y blanca, de 13 años, reacciona entonces clavándome los dientes en la mano, con total indiferencia por los piropos de su 'abuela' y por mis pesares creativos. Queremos mucho a esta gata, que a ratos puede ser cariñosa, a menudo independiente y casi siempre mandona, aunque le cuelgue la barriga y nunca vaya a convertirse en una 'influencer', como Nala o Grumpy cat, que coleccionan millones de seguidores en Instagram.
Dictadura felina
Gatocracia
"No escribas otra vez sobre el covid", me dice mi madre. "Habla de la gata", me sugiere
Grumpy, la gata más influyente de internet, ha muerto a los 7 años. /
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