Me hice delibesiana más o menos a los 13 años, cuando cayó en mis manos 'La hoja roja' de pura chamba, y, admirada, seguí luego el surco del maestro, hacia atrás y hacia delante, hasta 'El hereje', el testamento literario que urdió a partir de las tensiones políticas y religiosas del siglo XVI. Puestos a elegir, también habría preferido que la Academia sueca lo hubiera honrado con el Nobel de Literatura, el 10 de octubre de 1989, en lugar de escoger a Camilo José Cela, sin más argumento a favor que el «porque sí», la devoción y la creencia profunda en la integridad de un hombre que parecía de una pieza, un castellano más seco que el esparto pero noble. «Mi vida de escritor -dijo- no sería como es si no se apoyase en un fondo moral inalterable. Ética y estética se han dado la mano en todos los aspectos de mi vida». Una divisa que en él resulta creíble.
El centenario de un grande de las letras
Delibes, el ecologismo humanista
El autor de 'Los santos inocentes' reemerge hoy como un adalid de la sostenibilidad
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