Uno sabe que está “en la mitad de la vida, con la senda derecha ya perdida”, que diría Dante Alighieri o Melendi, cuando le ponen delante el panel de letras y no intenta leerlas, sino adivinarlas. “Sí, ésa es una T… con cierto aire de F”, le digo a la optometrista, para cubrirme las espaldas. Cuando veo que pierde la paciencia, y para rebajar tensiones, le suelto: “La A”, como en el chiste de Eugenio. “¿Cuántos años tienes?”, pregunta. “40… recién cumplidos”, respondo (recién cumplidos en abril, hace casi medio año; podría haber dicho: 39 muy largos). “Justo la edad a la que la vista se cansa. ¿Ves bien de cerca?”, me dice. “No solo veo bien, sino que a veces me quito las gafas para leer”, contesto y me contengo para no adornarme diciendo que hago un risotto muy rico. “Ah, eso es un poco trampa. Pero los 40 son la edad. Quizás no hoy, quizás no mañana, pero en cualquier momento necesitarás lentes progresivas para el resto de su vida”.
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La vida de cerca
Volvemos de la óptica con una graduación nueva porque tanto nuestra vista como nosotros andamos algo cansados
Gafas graduadas que llevaba el empresario vasco cuando acudió a su cita sexual con Candy.
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