Recuerdo hoy, lo que contaba David Foster Wallace en el acto de graduación de estudiantes en el Kenyion College ('This is water'). La historia de un pez adulto que se encuentra con dos peces jóvenes y les pregunta cómo está el agua. No saben qué decirle. Después, solos, uno de los dos peces dice al otro: "¿Qué es el agua?" La educación debe de parecerse bastante a esto: no solo saber nadar (que esto es relativamente fácil de aprender), sino saber por qué lo hacemos, saber dónde nadamos y hacia dónde. Saber que es el agua allí donde nadamos, saber en qué mundo vivimos y procurar que esta perspectiva no se convierta en una pecera de dimensiones ridículas.

Un curso nuevo es, siempre, una esperanza renovada, un eslabón en la cadena de la transmisión del conocimiento y de las virtudes de la educación. De la convivencia. Es un elogio de los que nadan y de los que saben dónde nadan. No es una noticia excepcional, porque es recurrente, pero es una noticia necesaria. Hoy, claro, más que nunca. A pesar de todo, de las incertidumbres y de los obstáculos, de la desazón y el miedo. Empezar un curso es, quizás, lo más importante que hacemos como sociedad. Y terminarlo, por supuesto.