LA RUSIA POSTSOVIÉTICA

Veneno en la taza de té

El uso de ponzoña permite la impunidad por denegación y, al mismo tiempo, lanza un mensaje escalofriante: respiramos en tu nuca

Personal de emergencia del Ejército alemán traslada al opositor ruso Alekséi Navalni al hospital Charite de Berlín, el pasado 22 de agosto. / AFP / ODD ANDERSEN

La novela criminal ha ilustrado mucho sobre los efectos de los venenos: el arsénico sublimado huele a ajo, el cianuro a almendras amargas —bien lo sabía doña Agatha— y la estricnina tiñe el rostro del finado de un azul cianótico. Es arma femenina, pura 'finesse', astucia y premeditación. Ni vierte sangre, ni hace ruido, ni su empleo requiere fuerza física; tan solo exige paciencia y proximidad a la vida más íntima de la presa: la cocina, la cama, el cajón de la ropa interior. El veneno, en realidad, pretende disfrazar de muerte natural el asesinato para que el mundo siga girando como si nada. Ingrediente esencial en las películas en blanco y negro, parecería un recurso de otro tiempo si no fuera porque el Kremlin lo introduce en la trama cada dos por tres: el opositor ruso Alekséi Navalni se recupera en un hospital de Berlín después de que le envenenaran el té en el aeropuerto siberiano de Tomsk. Presuntamente.