Nunca, como durante este agosto, se había manifestado con tanta fuerza la existencia de Catalunyes paralelas. La de Prada de Conflent, donde Carles Puigdemont llama a los suyos a una "confrontación inteligente" con el Estado, y la que obliga a Quim Torra a anunciar, tres días después, medidas extremas destinadas a aplanar la curva del coronavirus. La primera, regida por el principio del placer, que diría Sigmund Freud, y la segunda por el de realidad que impone la progresión dramática del covid-19. ¿Con cuál nos quedamos? Sea porque han leído a Stephen Hawking, y creen que las leyes de la física cuántica rigen en la política, o porque creen a pies juntillas todo lo que dice Puigdemont, cientos de miles de catalanes siguen considerando que, en política, también pueden existir mundos paralelos. Mundos que permiten seguir soñando, por la mañana, en la independencia, y que obligan, por la tarde, a arremangarse para hacer frente a la tormenta perfecta del próximo otoño.
EL LABERINTO CATALÁN
Catalunyes paralelas
El virus no hace desaparecer por arte de birlibirloque los retos que existían antes de la pandemia, pero obliga a repensar su gestión
Carles Puigdemont y Quim Torra, junto a la tumba de Antonio Machado en Colliure, el pasado 22 de agosto. /
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